El mundo real... es solo para aquellas personas... incapaces de imaginarse algo mejor.

Mis Sueños

En este espació procuraré tan solo escribir mis sueños;  para que podáis leerlos y saber acerca de el caos, que a mi subconsciente agita .
 Lindalotte

SUEÑO: 1
La criatura del páramo


Me encontraba en un páramo abandonado y misterioso apartado de todo el mundo, en el que siempre reinaba la niebla y el color azul grisáceo teñía tanto el ambiente como el castigado suelo que presentaba una desertización extrema. 
Allí tan solo había una casa de madera, con la pintura de dicho color cuarteada por el tiempo y los cristales de las ventanas rotos. La casa se situaba en un terreno árido y polvoriento y a pocos metros de ella había un inquietante y profundamente eterno abismo, tan hondo, que nada podía verse en su interior. 
Sentía miedo, mucho miedo. Un aura de misterio y terror gobernaba en aquel lugar y yo era conocedora del 
peligro latente. 
Sabía qué tenía que hacer si quería continuar  en lugar de quedarme allí para siempre y terminar rápido con aquel temor, debía entrar en la casa, pasara lo que pasase.
Me adentré temerosa en todo momento, con mis pasos vacilantes, recorrí el inmenso pasillo central con puestas a mi derecha y a mi izquierda que daban a inmensas habitaciones abandonadas y polvorientas. Y en su interior veía sombras que me observaban pasivamente. 
En el silencio de la oscuridad escuché voces que provenían de la penúltima habitación a mi derecha de la que salía luz, y voces que geste adulta que discutían. Nunca mencionaron mi nombre, pero sabía que estaban hablando de mi.
De algún modo me vi en el lado contrario de la puerta, agachada y desde aquel angulo tenía una visión mejor de quienes estaban dentro. Procuré hacer el menor ruido posible para que no reparasen en mi presencia.
La habitación  parecía ser una cocina, en la que había una mesa muy larga de madera a cuyo alrededor estaban sentados en sillas plegables también de madera, mi familia de sangre y mi familia adoptiva. El resto de la habitación debía de existir, mas cuando quería fijarme en alguna parte en concreto como una pared, solo podía verla difuminada y camuflada con el resto.  Era como si el sueño tratase de evadir todo lo innecesario y banal para que me centrase en los comensales.
Desde la esquina de aquella puerta yo me sentía pequeñísima, pero porque todo y todos en aquella cocina eran inmensos.
Pude ver sin poner mayor atención las caras de toda mi familia adoptiva, sin embargo una voz masculina, a pesar de no ser ni mas grave ni mas peculiar que las demás; la escuché sonar por encima de las otras. Recuerdo haberle oído hablar, pero so saber lo que decía. Porque no era el contexto de su mensaje lo que ami me interesaba, sino él....él, era mi padre. En mi vida real jamas lo llegué a conocer, y aquel deplorable sueño no me permitió ver su cara, estaba velada por una mancha policromo difuminada...como todo lo que no importaba o no merecía la pena.
A pesar de que hablaba, y al hacerlo gesticula con los brazos y movía al cabeza y el cuerpo, no fui ni por un misero instante de apreciar los rasgos de su rostro.  Sin embargo no era ahí donde daba fin mi sueños. Un viento suave y tibio entró por la puerta principal de la vivienda haciendo que todo el pasillo quedase repleto de ajos secas que danzaban en remolinos y que la corriente las hacia entrar y salir de la vivienda una y otra vez.  Me puse en pie alarmada y retiré completamente mi atención de aquella habitación, miré un instante hacia mi espada, hacia la pared donde las hojas chocaban bruscamente y  la centré única y exclusivamente en el final del oscuro pasillo donde estaba la puerta principal. Las hojas seguían entrando por la puerta como si trajesen con sigo algo muy, muy pesado.
La puerta, que estaba abriéndose y cerrando se una y otra vez, de repente se abrió muy bruscamente con un estruendo sobrecogedor y al impactar con la pared estalló en cientos de afinadas astillas....y en el vano de la puerta apareció la criatura.
De pronto cambió el angulo de visión y el primer plano de la bestia lo vi en contrapicado, lo cual lo hacía mas aterrador aún si cabe. En proporción con su cuerpo sus pies eran enormes y su piel gris y cuarteada. Tenía la cabeza en forma de óvalo con tres pelos a modo de cabellera. Sus ojos era minúsculos y unos parpados pesados y gruesos caían prominentemente sobre ellos. Tenía la mandíbula apretada y sus labios retraidos mostrando sus sangrante e inflamadas encías entre aquellos dos pellejos. El superior lo tenía desgarrada, como si se lo hubiese comido, y el labio inferior  estaba tan estirada que le llegaba hasta la barbilla.
Tenía unos dedos enormes y enchorizados con unas gruesa y negras uñas rotas y deformadas. Sus piernas eran largas y rollizas como las de los elefantes, repletas de arrugas y de tumores enquistados esparcidos por todo su cuerpo. Su prominente estomago estaba lleno de argollas  que hacían que el taparrabos resultase ridículo e innecesaria.
La bestia presentaba una compulsión continua, como si al rugir desde su garganta se atragantase con su mucosidad, igual que los boxer.
Tras él, el cielo relampagueó y la aterradora escena vino acompañada de una melodía que la acondicionaba aún mas. Las piernas me fallaron y me caí de rodillas al suelo con el cuerpo entumecido por el pavor.
En sus manos, que eran tan grandes y desproporcionabas como sus pies, sujetaba un basto de espinas, que alzó en alto mientras rugía con fiereza y seguidamente envistió contra mi.
Rodé por el suelo y fui arrastrándome con la ayuda de mis brazos, mas mis piernas no estaba por la labor de colaborar por mi supervivencia.
El troll rugía enfurecido y levantaba sus gruesos párpados cada vez que  intentaba buscarme pro el suelo, he ahí la inquietud latente de que sabía que algo me perseguía. Recuerdo haber visto como demolía la casa con su arma buscándome por entre los escombros, desesperado por dar con migo.
Finalmente terminó hallándome y tiró de uno de mis brazos para liberarme de los escombras bajo los que estaba escondida. Mi brazo entre sus dedos era tan pequeño que logré liberarme y me agarré con fuerza a la emmarcación de la puerta de la habitación donde estaba mi familia, pero parecían ajenas a todo cuanto pasaba y supe que nadie vendría a ayudarme.
La bestia enfurecida tiró de mi agarrándome pro las piernas e hizo que el marco de la puerta se arrancara de cuajo bajo mis desesperadas manos. Sentí como me crujían los huesos de las piernas por la presión que la bestia había ejercido sobre ellas.
Su fuerza se había descontrolada y yo fui a parar a varios metros de distancia de la casa abandonada. Vi al troll resurgir triunfante de entre los escombros en la distancia, rugiendo embraveció mientras intentaba divisarme con sus ineficaces ojos.  Lo único que había quedado intacto en la casa era la mesa de reunión donde aun permanecían sentados los mismos. Me sentí sola y vacía cuando el monstruo involuntariamente al moverse para buscarme, su basto de espinas arrastró la escena, y tanto la mesa como los allí reunidos se fueron desvaneciendo en tonalidades grisáceas y blancas, como si nunca hubiesen sido mas que el reflejo de una falsa ilusión. como un sueño dentro de mi pesadilla.
Naturalmente la bestia la carecer de visión tenía otro sentido mucho mas desarrollado para mi desgracia, el oído. Percibió mi reptar por el suelo, tenía que haber sido imperceptible a aquella distancia. Giró en mi dirección y comenzó a correr en mi dirección.
Sentí tanto miedo que mis piernas reaccionaron al fin, y corrí lo mas deprisa que me permitía el sueño, corría como si no fuese  a haber un mañana, pero no fue suficiente a pesar de que corregí la corta amplitud de mis zancadas e imprimí una velocidad de la que el odiado sueño me privaba. Pero el troll ya me estaba alcanzado y yo sentía sangre en la garganta por el esfuerzo que la carrera en sí me esta suponiendo.
En otro momento de debilidad, en pleno carrera mis piernas fallaron y me caí pesadamente al suelo hiriéndome las palmas de las manos y la cara.
La bestia me alcanzó y cuando me tuvo en su puño comenzó a zarandearme con tanta violencia que sentía como el cerebro oscilaba dentro de mi cráneo; como si pretendiese y esperase que fuera a romperme en trozos en cualquier momento. Deseaba liberarme de aquella tortura con tanta intensidad como deseaba seguir viviendo, al menos en aquel momento aun no quería morir.
Nuevamente su fuerza se descontroló y me lanzó esta vez mas cerca sin querer. Mientras se acercaba para continuar con mi martirio y darme fin, me dí cuenta de que ese hecho era inescrutable, pues a unos pocos metros de mi  vislumbré el abismo. Parecía llamarme, tras de mi se acercaba mi peor pesadilla, haciendo temblar el suelo bajo su pies...dichosa criatura del páramo.
Tardé unas décimas de segundo en asumir por completo la idea de morir, me hice un planteamiento sobre como terminar el sueño: A manos de la criatura del páramo, o lanzándome al abismo.
Él aun no me había alcanzado, cuatro paso mas y lo hubiese hecho. El sudor me corría raudo por el rostro y una corriente eléctrica sacudió mi cuerpo y mis piernas se irguieron automáticamente.
Casi sentí alivio cuando dejé de oírle rugir, cuando dejé de oírlo todo y de ver cualquier cosa pues me encontraba descendiendo a la oscura y absoluta oscuridad del abismo del páramo.

Al fin había encontrado la puerta de salida. Y en aquella ocasión la muerta me brindó la vida; el despertar. Ver la luz aquella mañana fue lo que mas felicidad me causó en mucho tiempo...

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SUEÑO: 2
Los esqueletos


Sara había venido a mi casa a ensayar un poco de música; ella traía su clarinete y yo aun tenía que armar mi saxofón. Pero después de un rato decidimos hacer un pequeño descanso.
Estábamos en la segunda planta, en mi habitación, y bajamos a la terraza para tomar un poco el aire.
Para nuestra sorpresa, frente a mi casa se había formado un caudaloso rió de aguas negras como el cristal tintado y en la orilla que lindaba con mi terraza, había cientas de pequeñas piedras de rió planas, pulidas y achatadas.
Yo cargaba en mis brazos con una palangana azul de plástico que apenas podía abarcar plenamente su circunferencia con los dos brazos. Sara y yo pensábamos en recoger algunas de esas piedras, limpiarlas y después pintarlas.
En ese momento empezó a llover, una lluvia suave y brillante se precipitaba sobre la tierra y fue entonces, al mirar al cielo; cuando me percaté de que ya no era de día, sino noche cerrada. El cielo brillaba a causa de una misteriosa luna de plata acunada entre siniestras nubes negras.
<<Carmen, dame la palangana, voy a ir a limpiar las piedras donde tiene tu madre el lavadero>> Me dijo con una voz serena, comos si ella no hubiese notada cambio alguno, ni la lluvia al caer mojando su pelo, ni que cuando había llegado a mi casa no había un rió, ni tampoco que era de noche.
El lavadero estaba también en la terraza, en una especia de cochera dividida en dos partes comunicadas; una era donde teníamos la lavadora, los tendales, las encimeras y un lavamanos, y la otra parte era donde estaban los coches y las estanterías con la mercancía de la confitería.
Sara entró por el portón mollar y dejó la puesta entreabierta. Yo mientras tanto me quedé pensativa observando la repentina noche que había llegado sin previo aviso.
El gorjeo del rió era incesante y sus aguas viajaban a una velocidad vertiginosas formando incluso ondas sobre la superficie.
Al otro lado del rió se había formado un bosque de pinos, oscuro y en calma, y a lo lejos; oculta entre la angosta vegetación había una casa de piedra con jardín, cuya situación se veía gracias a los farolillos exteriores. era la misma casa que en en un primer momento se hallaba justo enfrente de la mía, solo la carretera que ahora era un rió, nos separaba.
Puede que el ser consciente de lo extraño de la situación, me hiciera sentir miedo; motivo pro el cual decidí ir a reunirme con Sara.
La cochera estaba a oscuras, pero el lavadero se encontraba iluminado por la blanca y fría luz de un fluorescente. Sara estaba de espaldas a mi, pasando las piedras limpias del lavamanos a un pequeño cubo color verde lima que estaba sobre la encimera. La lavadora estaba a su izquierda y pude ver en absoluto silencio como la puerta circular se habría y del agujero, un esqueleto viviente asomaba su torso sirviéndose de sus brazos para salir.
Me vi presa de un miedo atroz, el corazón me latía con tanta fuerza que creí verdaderamente que se salía del pecho y mis pulmones rechazaban el aire que tanto necesitaba por el asombro.
No supe por qué motivo no grité, cerré la puerta tras de mi dejando a la pobre Sara a merced del cadáver.
Corrí atravesando la terraza hacia la puerta principal de la casa. Me encerré allí dentro con todos los mecanismos de seguridad echados, que eran tantos; que comenzaban en la parte superior de la puerta y terminaban en la inferior. Pero ni todos los cerrojos del mundo hubiesen aplacado mi sensación de inseguridad, estaba aterra. De algún modo yo ya sabía que no estaba segura, sabía que algo estaba pasando. La casa temblaba, y se escuchaban ruidos en la planta de arriba y también en el exterior.  Algo se acercaba, algo en masa.
El remordimiento de conciencia me quemaba por dentro, sentía un calor por todo el cuerpo insoportable, no podía quedarme quieta y eran tantos los lugares de los que procedían los sonidos, que mis ojos danzaban violentamente de un lugar a otro esperando impacientes ver algo, lo que fuera que el cerebro les decía que estaba ahí en alguna parte.
Y entonces ya no puede más, abrí con urgencia todos los petillos de la puerta a excepción de una pequeña cadena.
Grité el nombre de Sara con todas mis fuerzas incesantes veces, pero ella no me respondió. La dichosa puerta del garaje no se abría. Y fue tanto el coraje que me invadió, que arranqué de cuajo la cadena de la puerta y la abrí de par en par decidida a luchar contra lo que fuese que me acechaba.
Apenas habían pasado unos minutos y el escenario había había vuelto a cambiar de nuevo. Era de día, el árbol de la esquina de la terraza que antes había estado desnudo pro el invierno, tenía flores lilas y las abejas revoloteaban en torno a ellas. Pero el putrefacto efluvio a carne muerta invadía todo el patio de un modo tan intenso que resultaba enfermizo y mortal. Había cientos de moscas por todas partes, el revoloteo de sus pequeñas alas era ensordecedor porque eran demasiadas. En toces fue cuando miré al suelo y vi a un caballo completamente esquelético tendido cual largo frente a mi puerta. 
Gemía de agonía y resoplaba aún con fuerza. El noventa por ciento de sus anatomía eran huesos sobre los que aun se mantenía tirante el cuero sobre el marfil de los huesos del caballo. Pero el animal en sí era un cadáver, apenas había carne pútrida con la que las moscan pudieran alimentarse ya. 
Al levantar la vista, pude ver que, allí, en el banco de madera que tenía a mano izquierda, había un esqueleto contemplándonos al agonizante jamelgo y a mi...y sonreía. 
La puerta del garaje se había abierto, el rió había perdido mucha agua, ya no era tan caudaloso como antes. Sus aguas ya no eran negras y limpias, sino turbias y enlodadas. El bosque había desaparecido y la casa de piedra volvía a estar donde hubiese tenido que haber estado desde el principio, justo al otro lado de la carretera, que se había convertido en el río.
Aun así la tensión no me desamparó en ningún momento, tenía los cinco sentidos completamente agudizados. La puerta del garaje se habría y se cerraba con violencia a causa de...de nada, mas no hacía aire. La casa crujió a mis espaldas, escuché como algo se acercaba, algo en masa y fue en entonces cuando vi que hordas de esqueletos vivientes armadas con espadas, yelmos y escudos, rodeaban mi casa y comenzaban a trepar por la verja de metal forjado. El ejercito mas grande que había visto nunca. 
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SUEÑO: 3
La hija de la miseria

Me desperté aterecida, una mañana lluviosa en la que me encontraba sola en casa. Mi madre no estaba, pues había tenido que ir a comprar a la plaza. Cuando de pronto, alguien tocó a mi puerta. Bajé las escaleras hasta la primera planta y la abrí la para ver, a una joven adolescente de unos 18 años aproximadamente, esperando paciente tras ella. Por las ropas que llevaba hechas jirones, me percaté de que era una indigente. 
La joven me dedicó un mirada tímida y fugaz, evitando sostenérmela durante demasiado tiempo. Y enseguida llevó a cabo el cometido para el que había venido: pretendía venderme algo, unos cartones enormes y plastificados que llevaban pegados; una revista y la caratula de un disco de música clásica de edición para coleccionistas. Puesto que vi la timidez y el sonrojo en ella, dejé que terminara su explicación, para no hacerle pasar una vergüenza aun mayor, no la corté mientras hacía uso de sus aptitudes de vendedora ambulante. Pero cuando terminó le hice entender de la forma más educada posible que no me interesaba su oferta y que al no estar mi madre en casa, no podía tomar prestado dinero sin su consentimientos-mentí-. Y entonces ella se fue.
Poco después pude ver a mi madre a través de la ventana del corredor de madera, caminaba con paso acelerado por la calle y parecía nerviosa, pues su piel había adaptado una tonalidad sonrosada y brillante y se apartaba el pelo de la cara mientras emitía un enérgico suspiro. A su lado, una niña pequeña, se esforzaba en seguir el ritmo de sus pasos. Estaba descalza, no paraba de mirar hacia tras y hacia delante y portaba en una mano, uno de aquellos cartones con la revista y el CD de música clásica que habían intentado venderme poco antes.
Bajé rápidamente de nuevo las escaleras, y miré a mi madre y la pequeña indigente que la acompañaba.
Mi madre me dedicó una mirada de preocupación y resignación cuando le pedí una explicación. Pero entonces la niña pequeñas empezó a engancharse de su brazo, arrodillándose y llorando, suplicándonos que la dejáramos entrar, explicándonos que necesitaba que la escondiéramos, que no quería volver con sus padres.
Entonces aparecieron por la portezuela de la terraza dos personas más; mi hermana y el carricoche en el que llevaba sentado al pequeño Victorín. Julia tampoco entendía nada y mi madre, repentinamente sin aliento, se lo tuvo que explicar todo intentando se sonara medianamente razonable. 
Finalmente habíamos llegado a la común decisión de que, la pequeña se quedaría tan solo hasta que terminase de llover y de tronar y que entonces, la ayudaríamos a encontrar una ventana o alguna puerta trasera por la que pudiera escaparse de las personas de las que tan desesperadamente trataba de esconderse.
Le abrí la puerta con cautela y la invita a entrar. La pequeña no tardó ni dos segundos en aceptar la invitación y cuando ya estaba dentro, comenzó a mirar en todas direcciones, como intentando cerciorarse de que todo estaba cerrado y de que nadie podía estar viéndola.
enseguida yo misma también me puse nerviosa, quería ayudarla, pero no sabía como iba a hacer si todas las ventanas de mi casa estaban protegidos por gruesos barrotes negros de metal.
La conduje rápidamente hacia la segunda planta, la pequeña se enganchaba a mi con fuerza tratando de protegerse de los truenos, cuya luz se colaba por las ventanas de la oscura vivienda iluminándola con un aspecto fantasmagórico. La lluvia, lejos de frenar su caída, se precipitaba hacia la tierra cada vez en más, y más cantidad; no paraba de llover, era sobrecogedor, las flores y las plantas de la terraza estaban totalmente encharcadas y las hojas de los arboles, parecían sostenerse inertes a las ramas, completamente vencidas a causa del peso de la lluvia...baja aquel cielo, repentinamente plomizo, no se gestaba nada bueno y yo lo sabía, pero como en cada sueño lúcido, supe que lo que tenía que pasar, acabaría pasando; y que por experiencia, era mejor no hacer nada para evitarlo. 
En este sueño; la casa tenía siete plantas. yo no las conocía todas ni mucho menos, pues tan solo utilizábamos las dos o  tres primeras, y por este motivo, mi hermana Julia y yo fuimos subiendo escaleras y más escaleras recorriendo todos los pasillos, y un a una las interminables habitaciones amuebladas y polvorientas, pero todas  sus ventanas tenían barrotes. La pequeña lo miraba todo con estupefacción y desmesurado asombro. algo estaba cambiando en ella, su miedo había desaparecido y ahora estaba feliz y en calma, como si fuera su casa, coso si comenzara a sentir que lo que había allí, era tan suyo como mio. 
Una oleada de felicidad inundo mi cuerpo cuando escuché gritar a Julia decir que había encontrado una ventana desprovista de barrotes. 
Cogí a la niña de la muñeca y casi se podría decir que la arrastré hasta la habitación de la que había escuchado provenir la voz de Julia. Me acerqué a la venta con la pequeña justo a mi lado. Pude escuchar como inspiraba exageradamente cuando vio la altura a la que nos encontrábamos. Desde esa séptima planta, podía verse la otra casona vecina, igual de antigua y de alta que la mía, lo curioso, es que la ventana que estaba enfrente, se comunicaba con la mía por una larga y vieja tabla de madera. Yo también me asusté, miré a la pequeña y supe que tenía pavor a las alturas, una parte inconsciente de mi lo supo en cuanto vio su cara, pero tampoco yo estaba dispuesta a hacerla desfilar por aquella tabla misteriosa y putrefacta. Aquellas habitaciones de ese lado trasero de al vivienda, tenían vistas a un patio gran patio que separaba la una de la otra. Me pregunté de donde podían haber sacado los antiguos propietarios de alguna de las dos casas vecinas y gemelas, una tabla tan grande y tan peligrosa. Otra intuición y me hizo pensar que eso debía de tratarse de un secreto de niños. Pues lo que inquieta aun adulto, jamas inquieta a un niño. 
Cuando me quise dar cuenta, la pequeña ya no estaba a mi lado.
Salí rápidamente de la estancia con la esperanza de detenerla a tiempo y hacerla a entender, que no la obligaría a pasar por allí ni en un millón de años, no me fiaba de ella, eso era cierto, pero tampoco quería matarla...¿o sí? porque cada vez que la miraba a los ojos me daban ganas de estrellarla y algo más. 
Como en todas las otras plantas, la séptima, tenía doce habitaciones, y yo no sabía por donde comenzar a buscarla, o si estaría en alguna otra parte de la casa, se pronto sentí miedo. Pero fue tan solo un instante, hasta que vi que una de las puestas estaba cerrada, cosa que las otras no, pues habíamos pasado por todas ellas antes.
Un relámpago iluminó la oscuridad del espeluznare pasillo, como dándome la señal de que debía moverme ya. Caminé con cautela, pasando por enfrente de, una, dos, tres habitaciones hasta llegar a situarme enfrente de la que estaba cerrada. la cuarta. 
coloqué la mano en el manillar dorado y contemplé por un instante mi reflejo totalmente desvirtuado en él, antes de atreverme a bajarlo y entrar en la habitación. 
Allí dentro reinaba una tranquilidad inquietante, la estancia era pequeña; entre dos pequeñas mesitas de madera oscura con lamparillas de noche de color beige; tenía una cama individual con un bouti en tonos vainilla y flores. Las paredes estaban pintadas de amarillo claro con una cenefa blanca en la parte superior. Un enorme armario oscuro ocupaba un pared entera, y justo enfrente de la cama, había un inmenso espejo enmarcado en cobre. La luz bañaba de confort, todos los elementos de la habitación, filtrándose por una venta enmarcada en madera blanca.
Sobre la inmensa alfombra persa que cubría el suelo de tablas de madera, estaba la niña, de espaldas a la puerta, sacaba un vestido del armario, cuyas puestas estaban abiertas de par en par y la mayoría de las prendas que antes guardaba, están esparcidas por el suelo y sobre la cama. 
ella sabía que había entrado pues me había dedicado una mirada a través del espejo, sin ni siquiera darse la vuelta. yo caminé con paso lento, me senté al borde de la cama, contemplando la escena, como si fuera...¿su madre? cogí uno de aquellos vestidos llenos de flores y volantes que solía ponerme cuando tenía seis años, mas o menos la edad de aquella endiablada debía de tener ahora. 
<<¿Sabes? Yo solía pasarme horas aquí >> le dije sin pensarlo en cuanto toqué aquel vestido. Pero justo entonces recapacité mis palabras, habían salido de mis labios de una forma completamente independiente,  supe que eran mentira...¿o tal vez no ?
Pero la pequeña no reaccionó, aunque supe que me había escuchado. Se pronto dejó caer el vestido que tenía en la mano y se quedó enfrente del espejo, todavía de espaldas a mi, totalmente inmóvil, con la mirada clavada en alguna cosa que veía a través del espejo y que debía de estar detrás de mi subiéndose por las paredes.
<<Dime la verdad, ¿que haces aquí?>> le pregunté con exigencia, la dulzura de mi voz había desaparecido por completo.
<<Quiero quedarme, me quedaré>>
<<¿Cómo? no, lo siento; ya ha dejado de llover, te tienes que ir>>
<<Tú me has dejando entrar>>
<<¿Y qué?>>
<<Pues que ahora me quedaré pasa siempre>>
Todo mi cuerpo se estremeció de frió, supe que aquellas palabras tenían un significado mucho mas existencial de lo que parecían. A pesar de todo me levanté con aparente seguridad, me acerqué a la ventana y vi a tres personas resguardadas bajo el tejado de una local que había cerca de mi cada que era un salón de belleza. Parecían estar juntos; eran un hombre, una mujer y ...aquella joven de 18 años que me había picado a la puerta esa misma mañana. giré la cabeza, y vi que la niña me estaba mirando igual de estática y fría que antes, pero con un rostro mucho mas sombrío y me dijo:
<<¿que miras>>
tragué saliba
<<Allí abajo, ellos...son, ¿son tu familia verdad>>
La niña agachó la baza, pero sus ojos seguían clavados en los míos, era como si de un momento a otro fuera a saltar encima de mi; me enseñaba los dientes.
<<Si, y a ellos también los has dejado entrar>>
Me alarmé ligeramente, evoqué los instantes antes de subir las escaleras con la niña, mi madre se había quedado abajo, ella debía de haber cerrado la puerta. Y los padre de la pequeña estaban allí a fuera. Pero cuando volvi a dirigir la vista hacia la calle, la mujer, el hombre y la joven ya no estaban allí. 
En la planta de abajo escuché gritos, cerré los ojos con todas mis fuerzas, no quería ver lo que había detrás de mi.