El mundo real... es solo para aquellas personas... incapaces de imaginarse algo mejor.

Mi libro: Enmascarada: la dama de loto

máscaras

Entre todas las gentes a diario tu rostro
se camufla con gestos comunes. No hay señales
de tus silencios suaves, del temblor de tus labios
debajo de los besos o en la urgencia del sexo.
Máscara de ti mismo, te disfrazas y niegas
el delicado estigma de tu parte más frágil.
Sólo tus ojos siguen, valientes, declarando
la emoción que te vence en la alcoba del agua.
  Josefa Parra  

CAPITULO: cero
primera parte
  Evanescencia

Hasta el amanecer, yo pienso que el primer capítulo se titulará así —.No era nada original, cierto; pero iba acorde con el tema que trataba. Se lo dije muy boyante a Sara y le dediqué una mirada de soslayo para ver su reacción.
Pero Sara tenía unas facciones pacíficas y dulces, a aquellas horas de la mañana daba igual lo que le dijese, ella diría que sí aunque no lo pensara.
Me hacía mucha gracia verla en aquel estado de “autismo diurno” y en ocasiones aprovechaba para quedarme con ella.    
    —No sé, Carmen, estás obcecada en hacer un relato con esa canción, y no estoy segura de si te resultará. Yo pienso que deberías comenzar una historia aleatoria, algo que no tenga que ver con hijo de la luna —.
—Y hablando del rey de Roma... —dije haciendo caso omiso de lo que mi amiga me decía. Mis ojos se habían abierto como platos, observando en la distancia lo que para mi era un ángel caminando a ras del suelo.
Sara sonrío sutilmente y negó incrédula con la cabeza. Sabía a quien estaba mirando: un chico del colegio al que yo tenía en un pedestal. Desde hacía tres años, yo solo tenía ojos para él, pero al parecer él ni siquiera sabía que existía. O yo me torturaba a mi misma haciéndome creer eso.
— ¡Despierta! —exclamó Sara chasqueando los dedos frente a mi cara. Y es que yo era incapaz de apartar los ojos de aquel muchacho. Tenía el pelo claro y con rizos, y yo lo veía como si fueran bucles dorados, los propios de un ángel.
Era alto, y tenía una espalda digna de un hombre bien formado. Y esos labios…cuyo movimiento al hablar yo anhelaba experimentar sobre los míos. Y que decir de su ojos color verde espuma de mar, reflejaban la luz como el sol sobre la superficie del agua, y yo me sentía nadando en ellos.
No era el típico guaperas ni nada por el estilo, pero tenía algo especial y ese algo: había chicas a las que les gustaba mucho y a otras les desagradaba bastante.
Además le caracterizaba una forma de caminar peculiar, andaba con la espalda ligeramente inclinada hacia atrás, yo decía que era porque le pesaban las alas de ángel y mis amigas, Laura, Sara, Elena y demás se reían de mis gustos.
Sara era un año menor que yo, y aunque me escuchaba sin rechistar, ella aun no entendía todo aquello, no lo vivía del mismo modo que yo.
Pero era lo suficientemente perspicaz como para saber que no debía dejarme el campo de visión libre para ver a Gerard; porque si no podía pasarme horas hablando exclusivamente de él.
A Sara también le gusta un chico y cuando ella se metía conmigo por soñar despierta con el ángel, yo también lo hacía con ella.
Aunque hablar de chicos no era nuestro tema de conversación preferido ni habitual.
Tuve en cuenta lo que me dijo Sara, y durante el resto del día, me pasé observando a los alumnos del colegio que mejor conocía para inspirarme en ellos a la hora de hacer personajes para mi historia. Pero algo estaba claro: Gerard, de algún modo aparecería en mi libro tratara de lo que tratase.
También Sara estaba trabajando duramente para el mismo concurso literario, y todas las mañanas, mientras subíamos juntas la pasarela que había sobre el río y la autopista para llegar al colegio, nos contábamos lo que estábamos escribiendo.
Hasta que llegó un momento en el que nos dijimos que nos adelantaríamos un solo dato más de nuestros escritos, pues como yo siempre decía: un buen escritor, nunca revela su obra antes de tiempo.
Durante toda aquella semana no pegué ojo por las noches. Me levantaba de la cama y encendía la lamparilla de noche porque se me venían ideas a la cabeza y debía anotarlas en el cuaderno de sueños que tenía en el primer cajón de la mesita.
A los pies de mi cama, en lo alto de una pared, iluminada por la calida y misteriosa luz de la lamparilla, estaba colgada la máscara veneciana de mis vacaciones pasadas. Tan inmóvil, tan bella. Tenía una magia acallada que yo percibía al intentar vislumbrar algo en los dos agujeros rasgados que tenía como ojos.
Sentía un cosquilleo en la barriga, el que siempre me aparecía cuando me ponía a escribir algo que prometía ser bueno. Y por un instante quise apartar las sábanas y ponerme a escribir. Pero no debía.
 El símbolo de piscis, mi signo del zodíaco; para mi siempre había simbolizado un cara de la moneda y la otra cara, no opuestas como en el caso de géminis, pero sí diferente. Un mundo feliz y delirante y otro mundo lánguido, sibilino y místico. Los dos peces de piscis representan estos dos mundos interiores.
Están unidos el uno al otro por una especie de cordón umbilical, que pueden comunicarnos con el Dios o con el diablo, alegóricamente hablando.
Y en aquellos momentos, Ezequiel; el ángel caído me hablaba y me decía que escribiese. Pero mi Dios me decía que descansase.
Al día siguiente tenía exámenes finales de biología y sociales, que aunque para mi eran fáciles, sabía que debía tener la mente clara y despejada si pretendía aprobar con nota. Fue aquella noche cuando decidí que mi historia se titularía <<Enmascarada>>.
Trascurrieron dos semanas durante las cuales Sara, yo y el resto del mundo vivíamos nuestras vidas con rutina y monotonía.
No veíamos llegar el momento en el que nos diesen de una vez las vacaciones de verano que tanto nos merecíamos algunos. Yo había aprobado todas las asignaturas, incluyendo los idiomas y las ciencias que tanto me costaban. Como nota media terminé promocionando con un ocho, y mi pequeña Sara con un diez.
Cuando llegué a casa aquel último día de clase, todos me felicitaron. Mi madre me animaba diciéndome que me había ganado el ir al campamento de inglés con el que le había estado insistiendo el último mes de clase.
Pero aquel día por ser el último del curso escolar, los alumnos estaban todos muy revolucionados y yo salí mal parada:
Dos de mis compañeras me perseguían por toda la clase intentado hacerme cosquillas y pintarme con el bolígrafo. Y yo escapaba de ellas por las estrecheces de un pasillo lleno de mochilas esparcidas peligrosamente por el suelo. Y como no podía ser de otro modo; tuve la mala suerte de tropezar con una de ellas y cuando giré, me lleve por delante tres pupitres más, para terminar finalmente impactando de cabeza contra la parte inferior de la pared posteiro de la clase.
Tenía un dolor de cabeza horrible y sentía muchísimo frío y calor, me temblaba todo el cuerpo y me lagrimeaban los ojos, pero sin llanto.
Siempre había querido desmayarme para ver qué se experimentaba, y tras aquel impactante golpe en la cabeza me sentía desvanecer y no me gustó nada esa sensación.
 Intentaba convencerme a mi misma de que todo iba bien, de que me sentía bien, pero cada vez veía menos. Escuchaba las voces de mis compañeros procedentes de distintas partes de la clase, podía intuir como se acercaban a mí, pero no recocía ningún rostro y  de nuevo volvía el frío; cuanto frío sentía y entonces…

CAPITULO: cero
segunda parte  
  EPÍLOGO

Toda la dimensión mágica se encontraba conmocionada por el excitante acontecimiento. Todos los habitantes de la dimensión mágica; desde Tierra media, Narnia, Idhún e incluso Terabithia; alzaron sus miradas y contemplaron el cielo invadidos por una intensa emoción.

La estrella del tártaro, aquella que brillaba  más fuerte en el horizonte que ninguna otra para aquellos que deseaban la muerte; se abrió para recibir en su seno infecto a una diosa de la luz, Bagüira; la cual lucharía contra  una diosa de la oscuridad, Etaine.
Ambas deidades, hermanas gemelas y eternas rivales mantenían una fuerte disputa. Etaine: diosa del caos, la discordia, el fuego, el sol, la muerte, la lujuria y las sombras, deseaba tener el mundo a sus pies.
Pero Bagüira: diosa de la vida, los sueños, el hielo, la concordia, la luz, la luna y la verdad, no estaba por la labor de permitir que eso llegara a efectuarse.
—Este es vuestro fin, ¿sois consciente, hermana? —dijo el caos confiado, y en la comisura izquierda de sus carnosos labios, pareció manifestarse una pequeña mueca de dolor que no duró más de un segundo.
Etaine atisbaba a su rival, no con odio, sino con curiosidad.
Por más que la miraba a los ojos e intentaba llegar a su alma através de ellos para descubrir qué propósito la conducía hacia una destrucción tan inminente, no fue capaz de hallar respuesta alguna.
El Tártaro, tan solo el nombre era capaz de helarle la sangre a la misma deidad del hielo, la cual respondió entristecida:
—Por más que sople el viento jamás una montaña se inclinará ante él. Eres como un huracán, te alzas enérgica, arremetes y destrozas contra todo lo que encuentras a tu paso. Pero ni el más fuerte de los vientos fue ni será, hermana; capaz de arrancar las entrañas de la gleba. Etaine miró a Bagüira fijamente a los ojos, se habían vuelto azules como el agua congelada, su mirada eran hielo puro. Y de ellos sorprendentemente surgían lágrimas que se derraban frías, quemando su rostro impolutamente infantil. Estaba aterrada.
El báculo de luz que asía con extraordinaria fuerza en su mano derecha, temblaba sutilmente.
Su arma mágica, al igual que todo su cuerpo comenzaron a irradiar luz cuando percibieron que el aura de la diosa del caos se volvía más y más violenta. Hasta que estalló de su garganta un sonido que superaba lo sobrenatural. El viento comenzó a formar remolinos, el cielo se volvió negro y púrpura y caían rallos incesantemente en un escenario voluble que parecía ser una ciudad de piedra devastada, oculta bajo dunas de arena que subían y bajaban como si fueran un mar de agua liquida.
—La sangre de cientos de inocentes, llena mi tina y sacia mi sed cada día; la misma sangre que tus pies pisan bruja. Tu derrota será el fruto de la debilidad de El Bien —.
—Cada injusticia que cometes solo hace más noble mi sacrificio; bendito quien a la causa del bien sirve, y por ello entrega su alma y su fuerza —replicó Bagüira alzando el mentón mientras las lágrimas se derramaban más amargas por su divina tez.
La ira de Etaine aumentaba con cada una de las palabras que su hermana pronunciaba y su negro pelo se agitaba con violencia respondiendo a la energía negativa de su alma. Sus cabellos se convirtieron en látigos de fuego que buscaban la posición de Bagüira para cortarla en dos mitades. Así comenzó la batalla.
La concordia luchó con un báculo de plata, sin embargo la discordia prometió destruirla con sus propias garras para sentir así, como su fría sangre púrpura hidrataba sus manos.
Transcurrieron de este modo siete años, durante los cuales el caos y la luz estuvieron luchando sin descanso en una candente batalla que no caería jamás en el olvido.
El mismo día que finó el combate, la diosa de la luz estaba tan desesperada, había recibido tantos golpes… se había podido morir tantas veces si hubiese sido mortal, que decidió dar con sus últimas fuerzas el golpe definitivo.
Se levantó del suelo, para quedarse mirando fijamente a su demoníaca hermana, cuyos ojos se habían vuelto negros por completo debido a la adrenalina y al mal que circulaban como savia bruta por su circuito sanguíneo.
 Sintió como el odio de aquella mirada surcaba a una velocidad inverosímil el inmenso campo de batalla hasta clavarse en su acristalado corazón de hielo.
Bagüira alzó su báculo en alto y poco a poco el universo entero fue iluminándose con la fuerza de su luz.
Cegó a su hermana, convirtió la oscura piedra en polvo, congeló las peligrosas dunas y convirtió la noche en la que se hallaba peleando en simple oscuridad. Después invocó una espada con el filo de plata fina, que se manifestó inmediatamente en su mano izquierda.
Corrió en dirección a la discordia y se la clavó con un único y certero movimiento en las entrañas.
Las cabezas de las dos hermanas se encontraban juntas, frente a frente arrodilladas en el demacrado suelo de piedra oscura y resquebrajada.
Bagüira no soltó la empuñadura de la espada. Entonces los ojos de Etaine por primera vez en toda su existencia derramaron una lágrima. Pero la ira aun la poseía y el color cambiante de sus ojos daba fe de ello.
Muy lentamente la discordia consiguió erguirse, colocó sus manos en el lugar justo donde su hermana tenía aun la espada agarrada y la extrajo con lentitud.
La sangre de la herida que había en su vientre, hervía al igual que la sangre que había quedado en el filo de la espada. Que era tan puramente venenosa, corrosiva e incandescente, que el arma parecía temblar y se iba doblando lentamente.
Etaine con sus últimas fuerzas dijo sin ningún tipo de jerigonza:
—No era mi deseo matarte, tan solo quería divertirme contigo, puesto que luchar es lo único que siempre hemos podido hacer juntas, Bagüira…hermana —.
La sangre se le derramaba por la boca cada vez en más cantidad y su cuerpo entero se convulsionaba.
No hubiese tenido la misma reacción si la espada hubiese sido de cualquier otro material. Pero la plata para los seres de la oscuridad, era como veneno.
Etaine cambió el diestro de la mano derecha a la izquierda. Apenas podía mantener el equilibrio, pero tuvo fuerzas aún como para arrancarse con sus propias manos el corazón del pecho y clavarlo en la espada.
Bagüira gritó con desasosiego, sabía lo que su hermana iba a hacer y ella no podía evitarlo, pues en su cuerpo no quedaba ya ni una mísera fibra de energía.
—Acabas de sellar tu sentencia de muerte —.Dictaminó Etaine mientras lanzaba con todas sus fuerzas la espada con su corazón envenenado en dirección a la luna llena.
Cuando el arma llegó con el corazón de Etaine incrustado en ella, se clavó en el psique de la luna.
Los Dos mundos vieron el fatal acontecimiento; la tierra y la dimensión mágica.
La luna comenzó a agrietarse mientras se iba tiñendo paulatinamente de sangre.
A medida que su color se tornaba rojo, Bagüira sentía como sus pulmones se iban encharcando, y como le faltaba el aire.
Cuando el color del satélite cambió por completo, la diosa de la luna murió envenenada por la sangre inicua que destilaba el corazón de Etaine.
Después, el satélite lunar recuperó nuevamente su color, pero ya no era el mismo.
Más no era la luna en sí, sino los vestigios que aun quedaban de ella.
Como grandes poderes de la naturaleza, discordia y concordia no podían morir: al menos no espiritualmente.
El campo de batalla se destruyó, y ambas deidades viajaron a las entrañas de la dimensión mágica. Donde fueron juzgadas por el ministerio supremo de magia, formado por los Dioses olímpicos.
Zeus, dios de dioses armó en cólera. Avergonzado y herido por la destrucción que dos de sus creaciones habían causado en el mundo, las castigó fieramente.
El alma de Bagüira fue encerrada en la esfera de su báculo de plata y enviada posteriormente al parnaso.
Y la de Etaine fue encadenado a las puertas del principal portal entre los mundos; “El cabo Finisterre” localizado en la dimensión Terrestre. Donde lo único que recibiría por parte de los seres de ambos mundos, sería su miedo. Sin embargo el corazón de Etaine y la espada de plata no fueron nunca hallados.
Bagüira se prometió así misma que devolvería la luz al mundo, prometió limpiar su corazón a toda costa sin importarle lo que pudiera suceder en el intento o cuantos de sus ideales quedaran degradados.
Era tanto su dolor, que su alma dejó de irradiar luz y pureza, y fueron siglos durante los cuales; el bien y los pequeños placeres de la vida escaseaban. El satélite lunar continuó luciendo. Pero pasó tanto tiempo que los dos mundos olvidaron como era realmente de bella la luna, y su brillar auténticos.
El poder que ésta ejercía sobre todos los seres y fenómenos naturales, no era ni la mitad de eficiente de lo que era antaño.
Además, el escudo mágico que la protegía se desvaneció y debido a ello, estaba llena de cráteres e imperfecciones.
En el parnaso solo las musas fueron testigos de lo que sucedió…
CAPITULO: uno
primera parte 
Hasta el amanecer

Desde su nacimiento Weiss nunca había sido aceptado por nadie más que por Evangeline, su madre. Una musa de piel oscura.
Que tras la muerte de sus progenitores, se había visto obligada a casarse con un hombre de bien que la mantuviera. 
Dicho hombre era un marques, dueño y señor de innumerables haciendas y explanadas territoriales que no alcanzaban a verse a simple vista.
Por desgracia, Evangeline tras su apresurado matrimonio, fue repudiada por su marido por no ser una mujer fértil. Y el marqués volvió a casarse nuevamente con otra mujer, no más bella, ni más rica en conocimientos, pero sí capaz de darle un vástago. 
Evangeline, rezaba cada noche a la luna en su santuario privado. Con incensarios, velas, Agua bendita, estampas de vírgenes y su más profundo sufrimiento.
Cada noche lloraba y rezaba en aquel lugar de culto, sin saber bien si alguien escucharía sus plegarias, sin saber que podía llegar a ocurrir.
 Habían pasado más de cuatro años, en los cuales Evangeline jamás había perdido la esperanza. Veía en su propia casa como su marido jugaba con el pequeño infante de su otra mujer, y eso le causaba un dolor que le desgarraba el alma.
Una noche ésta hembra, desconsolada destruyó todo su santuario. Prendió fuego a las paredes tapizadas, a las alfombras persas y los telares que decoraban el techo de la estancia a modo de jaima Árabe.
Abrió los ventanales de par en par dejando entrar el furioso viento que avivaba aun más las llamas.
Frente a ella estaba la pila de agua vendita donde se reflejaba la luna llena, y Evangeline vertió en ella sus lágrimas y su sangre haciéndose un pequeño corte en la muñeca. Comenzó a danzar ante los ojos de la luna entre las llamas y el viento furioso.
Evangeline consiguió lo que solo una mujer había logrado hacer antaño, Bagüira cuando solo era una simple y moribunda mortal.  
Había conseguido conjurar a la luna hasta el amanecer. Llorando le pedía, que al llegar el día, lograse concebir una criatura en su árido vientre.
—Haré que vuelvas a ser amada y deseada por tu varón. Depositaré una vida nueva en tu seno etéreo. Aré que volváis a yacer juntos, pero de vuestra unión nacerá un ser, cuya vida y destino, serán míos —.Desde el cielo habló la luna llena.
 La dama del cielo nocturno, tomó toda la energía vital de Evangeline dejándola débil y apenas sin fuerzas para seguir viviendo, pero para ésta mujer, eso tan solo era un pequeño precio que debía pagar. Y la noche que Evangeline había logrado prolongar con su danza embrujada, se convierto en día cuando la luna terminó de tomar sus fuerzas desde las alturas.
Durante los veintiocho días que duró la gestación del niño, Evangeline volvió a sentirse deseada y apreciada por su marido. Pero el falso amor que el marqués tenía hacia ella se manifestó en cuanto vio a la criatura que Evangeline había dado a luz.
Se trataba de un varón que nada tenía que ver con sus padres. Su piel era blanca como la de las rosas blancas, tenía los ojos de un color gris perla y sus cabellos eran plateados con reflejos en azul turquesa.
El marques, deshonrado, intentó matar a su primera mujer minutos después del parto con una cimitarra afilada que siempre portaba amarrada a la cintura.
Pero en su lugar, se llevó la vida de su segunda esposa al interponerse ésta entre ambos.
__________________________________________
Durante todo el tiempo que Bagüira permaneció presa en el parnaso, tuvo una visión que le hizo saber que no le quedaba tiempo que perder. Y fue entonces cuando comenzó a cavilar minuciosamente su regreso al mundo físico. Y el primer paso a seguir fue la creación de una canción conjuro.
Desde la distancia había sido capaz de arrebatarle la energía vital a una mortal a cambio de algo que ella deseaba más que su vida. Desde el parnaso, fue capaz de liberarse de la esfera de su báculo haciéndolo estallar gracias a las fuerzas adquiridas, y su alma sin cuerpo; se convirtió en cientos de pequeños cristales de hielo y selenio que comenzaron a juntarse y compusieron la forma de un corazón, que albergaba toda la esencia espiritual de la misma diosa.
Había logrado deshacerse del castigo impuesto por Zeus Páter, había algo que le importaba más que el hecho de ser una esencia, un ente. Y eso era su libertad, la necesitaba para llevar a cabo su venganza.
Puesto que su alma: la luna, estaba envenenada y enferma, su resplandor duraría pocos siglos más, pero eso era todo. Después moriría irremediablemente al ir desapareciendo lentamente su luz.
Bagüira, aunque fiel servidora de El Bien, no dejaba de ser una diosa joven, cuyos poderes le habían sido otorgados al suceder a la antigua diosa que dominaba todo lo que ella tenía. Debido a su juventud, era caprichosa e inexperta, y con tal de salvarse así misma no le importó “tomarle la vida prestada” a una mortal por una causa, a la que ella llamaba noble.
La dimensión mágica no era capaz de sobrevivir sin luna, pues en ella se guarda una de las mayores fuentes místicas que alimentan la dimensión mágica. Y dicho mundo, tenía nuevamente los días contados.
El corazón de Bagüira calló en la inmensidad del espacio y aun continúa descendiendo hacia un destino incierto. Cuentan las antiguas brujas y magos, que el corazón de la luna es una maldición, una condena, una abominación y que desencadenará una espiral de sufrimiento y dolor a aquel que lo encuentre.
 Porque será el comienzo de una leyenda, una antigua leyenda jamás contada, y siempre cantada… 
CAPITULO: dos
primera parte 
La magia di carta

Había mucha humedad en las mazmorras, y mucho alboroto. Allí los roedores y cucarachas campaban felizmente a sus anchas porque nadie se molestaba en ahuyentarlos.
Aquellas prisiones estaban llenas de criaturas mágicas: hadas, duendes, centauros, ninfas, ángeles, hipogrifos, orcos, pegasos, furias, musas griegas, había hobbies e incluso un kelpie. Pero las criaturas mágicas más codiciadas y peor tratadas en el palacio de La magia di carta eran las Larosas; una nueva especie.
La envidia de la emperatriz Arona-La Carlottida por la belleza de las Larosas, la condujo a la obsesión por ellas. Y por despecho, era el motivo por el que las mandaba capturar en el bosque de En sueños jamás vividos para encerrarlas después en las mazmorras del palacio, y hacer perfumes con ellas cuando éstas comenzaran a marchitarse.
En una expedición Arona misma desmintió la leyenda que afirmaba la existencia de estas criaturas. Se decía que cuando una rosa silvestre era cortada limpiamente y metida en una laguna donde se reflejase la luna llena, cobraría vida propia.
Se trataba de mujeres con la tez pálida y ligeramente rosada. En el pómulo izquierdo tenían tatuados tres capullos de rosa que se abrían y se cerraban simultáneamente, como el reflejo de abrir y cerrar las pestañas. Emanaban constantemente el perfume propio de las rosas silvestres. Sus cabellos largos y lacios, al igual de sus ojos y uñas eran de color rojo y les llegaban por las caderas. Y dos tupidos mechones de pelo carmín, les cubrían los pechos desnudos.
Gran parte de su piel estaba también desprovista de ropa, tan solo llevaban como atuendo una falda que era en verdad una gigantesca rosa invertida, de la que salían dos tallos herbáceos con espinas tierna.
Uno, bajaba enroscándose a la pierna derecha en forma de espiral hasta el tobillo, y el otro tallo, subía del mismo modo al rededor de la cintura hasta terminar enroscándose en el torso, justo por debajo del pecho.
En los tobillos derecho e izquierdo al igual que en las muñecas tenían dos rosas a modo de tobilleras y muñequeras.
Aquel glacial invierno, un grupo de veinticuatro Larosas habían sido capturadas, las ultimas de todo el año.
Y se hallaban encerradas en dos celdas diferentes, la una enfrente de la otra. A la izquierda se encontraban las de color blanco y la derecha las de color rojo.
La sub-dimensión de Saggezza di lettere, era conocida en la dimensión mágica por ser un lugar donde la oportunidad de adquirí conocimiento acerca de algo, predominaba sobre los interesas de cualquier otra cosa, incluyendo también las vidas de las criaturas. Y eso era un hecho.
 Lo que se estaba haciendo con las rosas silvestres para obtener Larosas era una situación que causaba terror.
Estas flores eran las únicas que crecían en Saggezza di lettere, y antaño había cientos de ellas, pero al ser victimas de tantos abusos; estaban comenzando a dejar de nacer, pues la guardia de la emperatriz Arona estaba acabando con la especie.
Tan solo quedaban veinticuatro a finales de aquel año, y se topaban pudriéndose en las mazmorras de La magia di carta: el palacio imperial.
Unos pasos descendieron presurosamente las escaleras del calabozo. La oxidada puerta de la prisión se abrió. Un hombre entró en los subterráneos y descendió otro pequeño tramo de escalinatas.
— ¿Sois vos? ¿Sois Vladimir Vettancur? —dijo una Larosa blanca, y enseguida el resto la imitaran tal que lo haría un coro cantando en contrapunto imitativo.
Vladimir hacía las veces de carcelero debido a las buenas aptitudes que mostraba a la hora de alegrar y calmar a los reclusos. Con tan solo veinticuatro años, formaba parte de la corte de la emperatriz. Era arquitecto, músico, compositor, astrónomo, físico… había descubierto en tan solo un año, tres nuevos mundos.
Era un joven apuesto que poseía un porte excepcional, caminaba erguido, cada uno de sus movimientos estaban dados con total precisión, elegancia y naturalidad. Tenía un torso y unos brazos musculados y firmes que hacían que toda la ropa le sentara como anillo al dedo. Era un hombre de cabello castaño claro, ligeramente ondulados que le llegaban hasta el cuello siempre impecablemente peinado. Tenía una sonrisa cautivadora y más elocuente que el resto de sus cualidades si era posible; dientes blancos y alineados, nariz recta y proporcionada además de una mandíbula con ademan aristocrática, la piel de su cara y sus largos dedos era de un tono beige sin imperfecciones  ni brillos, sino fresca y limpia.  Tenía los ojos de un tono avellana, casi dorados con una línea marcada alrededor del iris que hacía su mirada más intensa e impactante. Aquella mirada era chocante, pues se podía leer en ella varios sentimientos encontrados.  Causaba furor tanto entre el público femenino como en el masculino. Muchos hombres de palacio evitaban hablarle, puesto que se cuestionaban por momentos su inclinación sexual ante la presencia del joven genio. Pero eso a Vladimir no le importaba especialmente, pues su mayor peligro eran las mujeres. Lo acosaban día y noche, le obsequiaban con regalos que enviaban a  sus estancias personales, más de una vez se encontró con damas de muy diversas edades escondidas en sus aposentos, y más de una le había incluso ofrecido su vida y su libertad.  
—Sí, soy yo —.Dijo encaminándose en actitud chulesca en dirección a las celdas de plata electrizada, que eran en verdad jaulas de Faraday donde estaban los presos.
—En esta ocasión no he venido a haceros compañía, Larosas. La Carlóttida desea que dancéis en palacio —.
Mientras Vladimir buscaba la llave apropiada, entre un pesadísimo manojo de las mismas. Las Larosas gritaban de euforia y charlaban alegremente entre ellas. 
CAPITULO: dos
segunda parte 
La magia di carta

A medida que su felicidad acrecentaba, sus colores se volvían cada vez mas intensos, sus marchitos pétalos volvían paulatinamente a la vida y emanaban un perfume más intenso que de costumbre.

—Os ruego, me seáis gentiles damiselas —dijo mientras les ponía los grilletes en manso y pies a las pobres Larosas; que se mostraban dóciles y risueñas pese a lo indigna que era la petición del joven.
Vladimir conducía a las hermosas mujeres flor fuera de los subterráneos del castillo. Pero una voz, desde lo más profundo de las prisiones pronunció su nombre.
—Libertadme, os lo suplico. No tengáis la crueldad de descamparme así —.Vladimir no tuvo el valor de hablar, sabía con total perfección aun sin ver el rostro de la voz que le hablaba, de quien se trataba.
Tras prolongar durante unos segundos más el silenció, él respondió casi con esfuerzo:
—Sabéis que no puedo hacerlo, me matarían por tal atrevimiento. Expresamente vos, mi señora no tenéis derechos…ningún tipo de derechos —.
Vladimir, escuchó como algo en la distancia se desplomaba y entonces no fue capaz de continuar fingiendo la tranquilidad que no tenía. Se marchó corriendo impulsado por un gran remordimiento. Y Tras internarse en lo más profundo de las cárceles se encontró con la mujer que le llamaba.
Era una Larosa especial, diferente: se suponía que en Saggezza di lettere tan solo florecían rosas, y únicamente de dos colores: blanco y rojo.
Pero aquella mujer era una Larosa con la tez del color del ébano; cabellos negros, labios rojos y ojos y uñas púrpuras. Su uniforme era igual que el del resto de Larosas, a diferencia de que sus pétalos eran no amarillos, sino dorados.
Como el resto de mujeres flor, ésta no tenía nombre. Era conocida en palacio sencillamente como la flor dorada y era la prisionera por excelencia de La Carlóttida.
La flor dorada era capaz de emanar todas aquellas fragancias de flores que recordara u oliese.
El arte de Enfleurage, era una técnica utilizada por algunos perfumistas del palacio. Dicho de una manera poética: consistía en que las flores mueran lentamente, como si se durmieran, así se obtenía su fragancia mediante saturación de grasas, alcoholes libre de congéneres etc. Era una técnica realmente revolucionaria. Sin embargo, no todos los perfumes de la emperatriz se fabricaban mediante ésta técnica, tan solo unos en -especial; los que extraían de la flor dorada.
De este modo, la emperatriz podía continuar perfumándose de ella sin acabar con su vida. Por su rareza y su utilidad, la flor dorada seguía con vida, pero por desgracia el resto de flores tras ser utilizadas perecían.
Vladimir, era el responsable de dicha Larosa. Debía cuidarla y hacerla feliz para que no se marchitase y para que su fragancia no se volviese amarga.
Por dicho motivo, era la única prisionera que veía de vez en cuando la luz del sol y podía permitirse el lujo de llevar a cabo la fotosíntesis.
Cuando Vladimir llegó a su celda, la vio tumbada en el suelo hecha un ovillo, rodeaba las rodillas entre sus brazos y lloraba silenciosamente.
Ella levantó la mirada, y Vladimir respiró aliviado al ver que nada le sucedía. Y entonces se marchó. Retornó al mismo lugar donde el resto de Larosas, le esperaban pacientemente y en completo silenció.
Vladimir se colocó el chaleco y los cuellos de la camisa, y condujo con celeridad a sus prisioneras fuera de las mazmorras.
El palacio era sublime, todo lo que en él había tenía una leyenda, un pasado que merecía ser conocido y venerado.
Las paredes eran de alabastro, decorados con tapices e inmensos cuadros con representaciones de bacanales y otras cuantiosas obras de arte conocidas. El suelo era de parquet de granadillo negro, cubierto de larguísimas alfombras persas y turcas que se amoldaban a la forma de cada pasillo y sala.
La mayoría de los techos estaban formados por arcos ojivales cruzados que se alargaban. Sin embargo; en las salas de ceremonias, comedores principales y bibliotecas, había techos de cúpulas Gallonadas ilustradas con técnicas al fresco. Incluso había salas donde lo único que podías encontrar eran: mosaicos, espejos o columnas que equidistaban unas de otras; columnas ofídicas, salomónicas, historiadas. A demás de capiteles palmiformes, Jónicos, Bizantinos, et alia.
Aquella noche, como ninguna otra en el año, se celebraba el día del libro y el conocimiento en Saggezza di lettere. El personal surgía por todas partes con enormes fuentes de comida en bandejas de plata y oro. Cuyos exquisitos olores se mezclaban con el del incienso que ambientaba permanentemente el palacio, percibiéndose así en el aire un aroma dulzón y embriagador.
Entre los músicos, los invitados, los niños jugueteando y las bandejas de comida; Vladimir procuraba hacerse espacio entre la muchedumbre con las veinticuatro Larosas siguiéndole, sorprendidas por el esplendor de todo aquello.
— ¿Os creéis muy importante no es así, Monsieur? —Madame Wright, apreció como una sobro de entre el bullicio.
Con su tradicional complexión seria y dispuesta a corregir a todos. Era una mujer ya madura, llevaba el pelo recogido en un impecable moño de cabellos canos.
Tenía muchas arrugas en torno a los ojos y a la boca, pero aun así tenía una cara redonda e infantil.
Vladimir pensaba que era porque hablaba mucho, su tía-abuela Rosa también las tenía. Él llamaba: “código de barras” al conjunto de líneas verticales que se tenían en torno a la boca. La madre de Vladimir murió joven trabajando en palacio y desde entonces Madame Wright fue como su madre. Y aunque le quería, no le gustaba demostrar su afecto hacia el muchacho, ni hacia nadie.
—Bueno, lo suficiente madame —.Objetó él. 
CAPITULO: dos
tercera parte 
La magia di carta

—Ah! Nunca cambiáis —replicó la mujer molesta. Cogió la pesada cadena con la que Vladimir conducía a las Larosas y se las llevó.
—Tampoco vos lo hacéis de atuendo… —dijo el joven dejando decaer cada vez más el tono de su voz tras decir aquella impropia contestación. Sintió vergüenza cuando la mujer, se volteó y le dedicó una fiera mirada.
Entonces Arona apareció de entre la gente y se agarró al brazo izquierdo de Vladimir, al cual no le sorprendió en absoluto el desparpajo con el que ésta, a pesar de ser la emperatriz, permitía que la gente la viese.
Los miembros más allegados de su corte de corruptos, la defendían achacando sus malos modales a la falta de experiencia y juventud, más solo tenía quince años cuando su padre falleció y diecisiete cuando su madre; la mujer mas inteligente de los dos mundos, con un coeficiente intelectual de quinientos diez, fue encerrada en un manicomio al detectársele esquizofrenia paranoide.
Dos meses después de aquello, la corona pasó de las manos de la emperatriz Andrómeda, a las de su hija Arona al cumplir los dieciocho.  
— ¿Queréis bailar? —preguntó Vladimir sin ni siquiera mirarla a la cara.
—No —respondió con voz sibilina la mujer—.Quiero algo mucho más divertido. Entonces Vladimir asombrado, bajó la vista y contempló la belleza de Arona. Llevaba un vestido muy ornamentado y con mucho volumen debido a los faldones llenos de volantes fruncidos que acarreaba debajo. Portaba un descomunal peinado con fisonomía elevada y decorado con flores y perlas en tonos rojos. Un escote cuadrado dejaba al descubierto más de lo pudorosamente deseable.
El joven Vladimir tragó saliva ruidosamente, y le comentó a su emperatriz con un nudo en la garganta, lo hermosa que estaba aquella noche.
—Hoy, todos los astros y hasta la mismísima Atenea, os envidian —.
Ella torció la boca reprimiendo una amplia sonrisa de complicidad y le dijo:
—Ven con migo —.
Vladimir, perdido en la felina mirada del iris azul turquesa de Arona, no encaró resistencia alguna y se dejó conducir por ella a lo largo de los diversos pasillos mientras él la besuqueaba contra las paredes y le iba arrebatando complementos de su vestido que luego tiraba al suelo.
Recuperó el control de sí mismo cuando vio hasta que punto había llegado su imprudencia y la de la emperatriz llevada por la tentación, los vicios y el placer a los que él también había estado a punto de sucumbir.
Cuando Vladimir se quiso dar cuenta, ambos estaba ya tumbados sobre la cama endoselada de la recámara real. El joven genio se paró en seco, asió con fuerza las muñecas con las que Arona lo oprimía sobre la cama  y la separó de él.
— ¿Qué ocurre? ¿No osareis a rechazarme a mí? —dijo la emperatriz subiendo cada vez más el tono de voz y viéndose en el ella claramente una sofocación fingida.
Vladimir le extendió su mano para que esta se incorporase de la cama. Después tiró de ella con brusquedad para acercarla a él y al sostenerla por la cintura con una mano y tapándole la boca con la otra, le dijo:
—Sois demasiado joven e inexperta. Y además, no estoy obligado a yacer con nadie. Tras decir esto, dio media vuelta y se ausentó durante el resto de la noche.
La joven comenzó a ponerse roja de rabia y vergüenza. Nunca, jama en su vida le habían negado nada, y no estaba dispuesta a que un miembro del proletariado la menospreciara de aquel modo.
No era la primera vez que su majestad obtenía un “no” por respuesta de Vladimir. Pero cuanto él más se resistían a sucumbir a sus encantos, ella más lo deseaba. Así de alocada, incoherente y ante todo morbosa era la lujuria.
Arona daba vueltas de un lado a otro por la habitación con las manos puestas en jarras. Viéndose a sí misma inquieta al percibir de soslayo su reflejo repetidas veces frente al espejo del tocador. Por un instante se quedó quieta frente al cristal, y se dio pena de sí misma. Esto le dio tanta rabia que corrió hacia la puerta y salió dispara por el pasillo hasta  alcanzar a Vladimir.
— ¡Deteneos! es una orden no una sugerencia esclavo—dijo la emperatriz con altivez estirando el cuello y frunciendo la mirada.
—Jamás, escuchadme bien, jamás, os atreváis a volver a hablarme así, porque os juró que os expropiaré de todo cuanto tenéis; fama, pecunia, títulos…—.
Vladimir continuaba de espaldas a la joven, con los puños apretados, la mandíbula tensa y la mirada clavada con desprecio hacia algún punto imaginario sobre el suelo.
—Os lo advierto, si no regresáis a mí antes de que termine la noche, mas os vale no aparecer jamás, ¡escoria!, recordad que sin mi tan solo seríais el talentoso hijo invisible de un triste e igualmente invisible sagaz Luthier —.
Se produjo un tenso momento de silencio en el que tan solo se escuchan las aligeradas respiraciones de dos personas que parecían que iban a inflamarse vivos de tanto ardor guardado en aquella pequeña distancia que separaba al uno del otro, y les permitía continuar con vida.
En pleno éxtasis, justo cuando parecía que la ira de Vladimir y Arona iba a inflamarse de una vez por todas,  se escucharon voces y risas en la distancia que hicieron que la aparentemente inminente pelea no llegara a su apogeo.
Aparecieron dos miembros del ministerio supremo de cultura mágica: el mesié Andrew y el mesié Gastón. Hicieron un cortés saludo a Vladimir con la cabeza pero lo adelantaron para posicionarse a las espaldas de varón, pero frente a la dama.
Vestían los dos con traje de pingüino y sostenían dos inmensos ramos de rosas que hicieron que Arona desviara por completo su atención apenas por un segundo.
La emperatriz cogió un pequeño cuadro de una pared y lo arrojó en dirección a los dos hombre que le estaban quitando la visión de lo que a ella realmente le importaba. Pero cuando estos dos caballeros se agacharon para esquivar el arma arrojadiza, Arona comprobó incrédula que Vladimir ya no estaba allí.
—Principessa Cosa c'è di sbagliato? —.Dijo el mesié Andrew a voz en grito, mientras gesticula con los brazos, haciendo parecer que el drama de la emperatriz era mayor de lo que en verdad se trataba. Pero eran sus subordinados, y debían complacer a la malévola mujer con falsos cumplidos.
—Nada, no me pasa nada —mintió limpiándose las lagrimas con sus pequeñas manitas infantiles.
El mesié Andrew y el mesié Gastón, venían de la Italia mágica, y aunque entendían todos los idiomas, tan solo hablaban Italiano.
— ¡Carlotta non si può piangere amore! (Carlóttida, no puedes llorar) —.Insistieron los dos caballeros a la vez mientras adoptaban la postura que Arona adoptaba en el suelo. 

CAPITULO: dos
cuarta parte 
La magia di carta

Tenía los brazos cruzados y la cara contraída en una infantil mueca de berrinche.
—Claro que puedo llorar, no tendré corazón pero me duele mi orgullo herido.
— ¡Carlotta sei bella, unica, meravigliosa, e cantare come un Angelo! A piedi, abbiamo cose di cui parlare. (Charlotte eres hermosa, única, maravillosa y cantas como un ángel. En pie, tenemos cosas de que hablar).
—Es verdad, tenemos cosas que discutir —. Dijo la joven emperatriz resignada, pues le estaba gustado mucho que la mimasen y la llenasen de halagos, que por supuesto para ella  todo eran elogios. Era casi increíble lo rápido que la escena había cambiado.
—Si son tan amables de hablar mi idioma, se lo agradecería caballeros —.Dijo Arona cuando ya estaba completamente calmada y dispuesta a tratar con ambos mozos. Mesié Andrew y mesié Gastón, parecieron aliviados ante la seriedad que manifestaba la voz de La Carlóttida, pues estaban ansiosos de entablar una conversación profunda con ella y marcharse antes de que tuviese otra de sus rabietas.  
—Como ya se imaginará no hemos venido para nada. Estamos aquí para tratar asuntos de suma importancia, tanto para usted, como para nosot…
—Sí, sí, sí. Soy consciente —.Interrumpió la emperatriz con apatía —. A mí por suerte me sombran neuronas.
Ambos caballeros intercambiaron miradas y uno de ellos, el Mesié Gastón; se pasó un pañuelo por la frente antes de dirigirse a ella.
— ¿Principessa, podemos hablar dentro de sus aposentos? —.Dijo éste mientras señalaba la puerta abierta de la habitación de la emperatriz.
El mesié Andrew y el mesié Gastón eran bastante odiados por Arona, puesto que los veía como Inspectores que podían desacreditarla a pesar de no ser más que ella.
Aparecían todos los años por aquellas fechas, para verificar que todo en la dimensión del saber funcionaba correctamente. Una de las peores cosas que le podía suceder a una Sub-dimensión, era ser borrada de los mapas dimensionales por no funcionar con los ideales que alega mantener.
—Sabemos que no somos bien recibidos, asíque podemos terminar esta pequeña reunión temprano —comentó Andrew.
— ¡E irnos a comer, ese famoso suflé de pato!, sin olvidarnos del cerdo agridulce y de las costillas, Umm... —El mesié Gastón tan solo con pensar en la cocina, salivaba como un tuso. Arona sintió repulsión hacia él, y cuando bajó la vista y vio su enorme barriga sintió deseos de echarle de de ipso facto.
—Sí, pero si le servimos a usted en lugar del cerdo agridulce, abastecería a toda la corte sin necesidad alguna de segundo plato o postre —.Comentó Arona sonriendo con falsa inocencia.
El mesié Gastón comenzó a ponerse rojo de rabia, o quizás de vergüenza, seguramente hubiese perdido la vida si hubiera osado a replicar a la emperatriz. Pero afortunadamente, su compañero le propinó un pequeño codazo y el hombre consiguió retornar a sus cabales. Y una vez más se pasó un pañuelo por su brillante frente sudada y huérfana de cabello alguno.   
—Por favor, emperatriz, si hace los honores… —comenzó Andrew.
—Veamos. Nuestro joven genio, ha descubierto tres nuevos mundo este año. Entre los que consta uno del cual, ya me he apropiado.
— ¿Se refiere a Vladimir Vettancur? —.
—El mismo; mesié Gastón. Y no solo eso, hemos conseguido inventar una pequeña maquinilla capaz de incrementar hasta un treinta por ciento la actividad de las neuronas. Scott Lewis, descubrió hace aproximadamente tres meses la vacuna que no atenúa, si no que destruye el síndrome de inmunodeficiencia adquirida.
—Vaya, ¡asombroso! —dijo realmente sorprendido el mesié Andrew. La Carlóttida, para hacerse ver, dio una pequeña vuelta por la habitación. Se quedó de espaldas a ambos hombres; que la miraban con sumo interés; giró lentamente la cabeza y dijo:
— ¿Acaso esperaban menos? me duele defraudarles caballeros, pero no sé porque me da que mi mundo, no va a desaparecer del mapa dimensional.
Los dos hombres tragaron saliva ruidosamente y se pusieron tiesos como varas para responder al unísono<< Por supuesto que no emperatriz>>.
El mesié Andrew y el mesié Gastón se encaminaban hacia la puerta, casi con apuro. Impacientes por perder de vista a La Carlóttida.
Gastón, le abrió la puerta al mesié Andrew. El cual, cuando ya estaba en el umbral dispuesto a salir, le vino a la mente como un solo de exquisita brisa primaveral, aquello que más interés le despertaba de todos aquellos rumores que había escuchado en el año a cerca de los descubrimientos en la dimensión del saber.
El mesié, sumamente interesado le planteó a su emperatriz:
—Es verdaderamente triste que su envidia sea tan grande que le haya impedido comentarnos su mejor descubrimiento. ¿Y que hay de las Larosas? —.
Se produjo un tenso silenció por parte de la soberana en la habitación. Los dos caballeros esperaban impacientes la gran respuesta.  
—No voy a contestarle —.Dijo la joven desinteresada, levantando el mentó y acariciando el marco dorado de un porta fotos barroco.
El mesié, desilusionado puso el mismo gesto que un niño pequeño cuando, tras preguntar a un adulto una cuestión embarazosa sin el menor percato del pudor que puede llegar su pregunta, se marcha intrigado por la verdadera respuesta.
—Porque usted ha equivocado la pregunta —.Concluyó diciendo la emperatriz mientras esbozaba una astuta sonrisa.
Los caballeros entendieron perfectamente lo que Arona insinuaba, e inmediatamente los tres caminaban en dirección a las mazmorras de La magia di carta; para ver la criatura que a los dos inspectores de cultura mágica, parecía despertarles tanto interés. Y no era para menos. 

Lamento comunicar que aparir de este momento no continuaré publicando mas fragmentos de mi libro.
Gracias por entenderlo.